La presencia de las mujeres conscientes y la protección de la naturaleza
Por: Ximena Costales Peñaherrera, Historiadora
La relación entre género y medio ambiente comenzó con el ecofeminismo, generando un marco conceptual sobre las relaciones mujer-naturaleza.
Es notable que ese despertar de la conciencia sobre el papel histórico de las mujeres y su vinculación con los procesos de conservación del ambiente tuviera distintas manifestaciones más o menos trascendentes desde principios de la década de los noventa. Ya entonces se distinguía claramente que la relación irracional que la sociedad humana mantenía con la naturaleza, había determinado un serio deterioro de las condiciones de esta última. Esa relación era -y sigue siendo-un simple reflejo de aquella que se mantiene también socialmente, en la cual la mujer -entre otros sujetos históricos- cumple un rol subordinado.
Actores vulnerables y vulnerados, tanto la mujer como la naturaleza, de allí que esa perspectiva específica, definió una lucha para la transformación de la relación entre los géneros y comenzó también a repercutir en las formas de relacionamiento con nuestro planeta. Décadas después, por ejemplo, en el Ecuador, en la Constitución del 2008 se reconocieron por primera vez los derechos de la naturaleza, transformándola, al menos en el ámbito jurídico, en sujeto de derechos. Para llegar a ello, sin embargo, fue menester contar con una etapa de puente, de profundo trabajo individual y colectivo de identidad y de autovaloración.
Se volvió evidente entonces que las mismas causas que sustentan los fenómenos de violencia contra las mujeres son el sustrato básico de todos los fenómenos de violencia, incluyendo aquella ejercida contra la naturaleza. Nuestras sociedades han asumido históricamente la necesidad no solo del control, sino de la inmisericorde explotación de la naturaleza, todo ello pretendiendo saciar la sed insaciable por consumir, exacerbando los instintos de depredación con lo cual, han dejado de lado la evidencia de que los recursos del planeta no son inagotables. Siempre fue evidente que esta conducta solo conducía a un ciclo infernal con el que hemos seguido acelerando la destrucción del planeta; y, en consecuencia, estamos inclinando la balanza hacia la extinción de todas las formas de vida.
Se trata efectivamente de una demencia colectiva en la cual los países ricos ejercen una presión muchísimo mayor sobre el planeta que la del resto del mundo; y, por esto, las respuestas de cada país deberían ir de acuerdo con el tipo de explotación y las consecuencias producidas por cada nación del mundo. Será un ejercicio esperanzador para el futuro encontrar líneas de acción que busquen soluciones a semejante desequilibrio, particularmente las producidas por grupos de mujeres. Sobra decir que los ensayos por ellas efectuados tienen siempre profundo respeto por la vida en general y en particular por la de sus familias y comunidades. En realidad, esos esfuerzos movilizan también a los varones, porque son espacios generadores de armonía y de esperanza, con interesantes repercusiones en cuanto a sustentabilidad y protección de la biodiversidad.
El discurso de las mujeres señala que “si somos capaces de dar vida, somos absolutamente capaces de protegerla”. Menciono algunos ejemplos hermosos de esta práctica para que nos motiven: las mujeres de las barriadas limeñas de Villa el Salvador, que desde hace 40 años han sembrado árboles en el arenal y los han hecho florecer. Las mujeres organizadas de la Región Amazónica ecuatoriana que a lo largo de varias décadas insisten en seguir el modelo tradicional de agricultura que ha conservado el suelo frágil de esa región por milenios.
Asimismo, un ejemplo son los grupos de mujeres de Cayambe y sus éxitos en la agricultura orgánica, las de Cumbe (Azuay) con su huerto comunitario de hortalizas y plantas medicinales para la comunidad, los huertos frutales de nuevas especies en el nororiente de la provincia de Chimborazo y también los comités de riego fuertemente apoyados por las mujeres en ese mismo sector.
Los grupos de mujeres de Licto (Chimborazo) que han vuelto al cultivo ancestral por terrazas agrícolas para proteger el suelo de la erosión y usan también la técnica ancestral de rotación de cultivos, la siembra de productos asociados, los abonos naturales. En zonas de alta migración de los varones hacia la Costa, el rol de las mujeres cobra aún mayor relevancia y algunas de ellas han incluido el pastoreo en pequeña escala para subvenir a las necesidades de las familias. Ensayos inspiradores de este tipo, pueden verse a lo largo y ancho del mundo, particularmente en comunidades de mujeres como las de las africanas que se encuentran vitalizando un cinturón arbóreo a lo largo del eje horizontal de su continente y, así, se podrían citar otros innumerables casos.
Fotografía: Cortesía
En toda actividad que tienda a la protección de la vida como las mencionadas previamente se encuentra manifiesta la solidaridad de las mujeres y su disposición para actuar en beneficio de aquellos a quienes aman. Se evidencia el sustrato común de las luchas de las mujeres y el respeto por la naturaleza que no es otro que la defensa incondicional de la vida, la búsqueda de una utopía de equilibrio y paz; de una ética que termine con la violencia y la depredación, y respete el milagro de la vida en el único planeta que es realmente nuestro hogar.